TEXTOS Y CRÍTICAS

          Texto del poeta Carmelo Guillén Acosta, con motivo de la exposición  individual celebrada en la sala de exposiciones de la “Real Sociedad Económica Sevillana de Amigos del País”.

          La satisfacción de encontrarme con estos cuadros de Ángel Guillermo, un pintor entero, me lleva a escribir estas palabras de amistad.

          De la miscelánea de trabajos que ahora ofrece, destaco primordialmente su viva intencionalidad de comunicar ideas, exactas ideas que, lejos de los frivolismos manieristas al uso, hacen caer en la cuenta en un sentimiento profundo de la realidad. La conjunción, por ejemplo, de elementos arbitrarios en sus bodegones, a base de reiterarlos, dan que pensar en un empeño en decir cosas más que en una mera exposición de objetos sin mayor trascendencia. Precisamente, el valor de la pintura de Ángel Guillermo está en eso, en la trascendencia.

          Tarros de farmacia que simulan la esperanza en la medicina, en la ciencia; bandejas relucientes que traslucen a Dios; manzanas con una poderosa carga connotativa -una, por cierto, en las manos de una dulce Eva, corno se puede ver-; aves fénix, alfas y omegas son algunos de los símbolos que representan la visión metafísica desde la que con templa la vida este pintor cordobés. De fondo, como una referencia inevitable, la conciencia del tiempo.

          Los entendidos podrán valorar la variedad de técnicas que emplea: óleo, acrílico, pastel, lápiz grafito, lápiz de color, falso grabado, monotipo. Los que apreciamos más el sabor de la vida, nos basta con que, a través de sus cuadros, Ángel Guillermo nos arroje, como lo hace, un poco de luz sobre nuestra propia existencia. Por suerte, su pintura es iluminadora.

"Malas noticias"

«Las noticias del día siguiente», 1991, Ól-Lz, 73×54 cm.


Textos del Catálogo de la Exposición “BAJO LA LUZ DE CLARA”, celebrada en 2013, en el Museo Santa Clara, de Zafra, Badajoz. Con ocasión del VIII centenario de la fundación de las Clarisas. Son dos textos realizados por el propio pintor y por Mª Cruz García Torralbo.

GRANADAS
Plásticamente apetecible por su forma, color y textura, su represen¬tación realista requiere un minucioso trabajo artesanal, atrayente para artistas que gozan con el ejercicio del oficio.
La granada procede del Punica granatum, el granado, que es un arbusto o árbol pequeño ramoso, frutal caducifolio que alcanza de 5 a 8 m de altura. Es una baya globular con una corteza coriácea, subdividida interiormente en varios lóbulos que contienen nume¬rosas semillas revestidas de la sarcotesta, de pulpa roja y jugosa. Se abre espontáneamente al madurar, con fisuras que descubren el contenido de cada lóculo. El vivo color de las sarcotestas atrae a las aves, que consumen las semillas y las transportan con sus heces (dispersión endozoócora).
El nombre del género, Punica, es fenicio, y el de la especie, granatum, deriva del latín granatus, que significa “con granos”. Sin embargo, en el latín clásico el nombre de la especie era malus punica o malus granata. Esto ha influido en el nombre pomegranate (en inglés), que se le da en muchos idiomas. Otra raíz para “granada” es la egipcia y la semítica rmn, pasando del árabe a otras lenguas.
Se cultiva en Asia occidental y en el Norte de África desde hace 5000 años. Se plantaba en los jardines colgantes babilonios y se esculpía en los bajorrelieves egipcios. Hipócrates recomendaba su jugo contra la fiebre y como fortificante contra la enfermedad. Los romanos conocieron la granada gracias a los fenicios, que la trajeron de Fenicia a Roma, de ahí su nombre científico de Punica. La Biblia hace referencia en numerosas ocasiones a este fruto. Los bereberes traen la fruta a Europa, y la ciudad de Granada, fundada en el siglo X, recibió su nombre por esta fruta.
Muchos pueblos han visto la granada como un símbolo de amor, de fertilidad y prosperidad. En la mitología griega, el primer granado lo planta Afrodita, diosa del amor y la belleza, mientras que Hades ofrece su fruto a Perséfone, para seducirla. En Java se asocia a ritos que acompañan el embarazo. Según Shakespeare, bajo su follaje se ocultó Romeo para cantar a Julieta. En China, se ofrece una grana¬da a los recién casados como auspicio de una descendencia nume¬rosa (su color rojo es considerado por la tradición china un color que atrae la buena fortuna).
Sin embargo, asociada de una forma poética, en su representación, a recursos tales como “lo roto” y “lo carcomido” (presentes en la hoja de bloc), o lo “inacabado” (en los márgenes), cuyos simbolismos pueden relacionarse con la temporalidad, en acepciones tales como la “fugacidad de la vida”, o la frágil condición del mundo material, hace que la obra tenga connotaciones propias de una “vanitas”, induciendo a la toma de conciencia de lo falaz que resulta, dada la actual condición humana, la posibilidad de conseguir un “paraíso terrenal”, y por el contrario, reconducir las aspiraciones a ideales más trascendentes, definitivos y espirituales que el simple bienestar material, por necesario y digno que este sea.

Ángel Guillermo


ANÁLISIS
La fruta, junto con las flores, ha sido apetecida por la paleta de los pintores desde siempre. Conformando bodegones en los que comparte protagonismo con otros objetos –animales, cacharros, flores, pan, etc-, la fruta, por su abundancia en variedades, formas, colores y texturas, siempre sujetas a una rigurosa disciplina pictó-rica, se ha dejado sentir sin interrupción hasta el siglo XXI en el re¬pertorio de todos los artistas. Ángel Martínez nos muestra, con un preciosismo de acentuada realidad, la granada como objeto central de su cuadro. Y lo hace de una manera extremadamente simbólica, más allá del simbolismo que sugiere la granada en sí, al presentar¬nos dos frutos expuestos de forma diametralmente opuesta, uno sobre el plato, entero, y otro, en el primer campo visual, partido con sus granos esparcidos. Ya los colores nos anuncian un contenido simbólico manifiesto que aleja la interpretación de la conjetura a la solemnidad ostensible, siendo el rojo el que detenta la misión de alejar el particularismo superficial –todas las granadas son ro¬jas- hacia la exégesis monumental del color propio de la entrega, del Amor. El significado profundo del plato que sostiene la fruta cerrada pertenece a esa esfera subconsciente de la consistencia, del continente que soporta, pese a su inestabilidad, y otorga cier¬ta estabilidad, engañosa por lo limitada, temporal por su materia perecedera. Pero ahí, ante ella, nos coloca Ángel Martínez una fru¬ta deshecha, porcionada, que desparrama sus granos jugosos como invitación a saborearlos. Ese salirse del plato es la más significativa representación pictórica de Clara de Asís, convirtiendo la obra en una alegoría de su vida. Primeramente vive en el seno de una familia, acomodada, recogida, protegida, no se espera de ella más que la tradicional forma de mantenerse “dentro” del sistema, “dentro del plato”. Pero Clara rompe la frontera que la separa de la diferen¬cia, salta el borde, cruza el espacio envolvente, protector, y des¬parrama en un acto de amor sublime toda su creencia, mostrando la discrepancia entre la protección humana y la divina. El paño azul que soporta la representación sería el último estadio de la transito¬riedad hacia lo eterno, lo celestial. Ángel Martínez realiza una obra de soberbia ejecución realista, de profunda condición intelectual, con un tratamiento monumental de la fruta, demostrando una ca-pacidad superior para reproducir efectos naturales de luz, color y textura, diría yo que hasta de humedad y frescura, provocando en el espectador emociones como suele hacerlo la pintura histórica. Y es, quizás, porque lo que nos cuenta con un par de apetitosos frutos rojos es una historia de amor.

Mª Cruz García Torralbo

«Granadas», 2012, Ól-Lz, 33×27 cm.


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