El pintor

PRESENTACIÓN

He pensado que una forma de dar la bienvenida al posible visitante de estas páginas, que desearía fuesen muchos, es facilitar algunas ideas sobre las obras que se dispone a ver, con el fin de orientarle y contribuir a su mejor comprensión. No obstante, estoy convencido de que la obra artística es algo abierto a la libertad interpretativa del espectador.

Quiero comenzar diciendo que estas obras pictóricas pueden ubicarse dentro de la tradición española, siempre realista e idealista a un tiempo. Es la tradición de Velázquez, Goya, Murillo o Sorolla, y también, a nivel europeo, la de Caravaggio, Vermeer o Rembrandt. Es un realismo que no renunciar a la idealización. Han contribuido a ello tanto el gusto y la sensibilidad personal como el ambiente cultural y artístico en el que se ha ido forjando el aprendizaje del autor, incluyendo aquel ya lejano paso por la facultad de Bellas Artes de Sevilla. El resultado es un realismo actual, con el que coincide en planteamientos y propósitos, pero sin dejar de tener un carácter propio y personal.

En efecto, esta obra es el producto de una vocación figurativa de arraigo realista, se le ponga el apellido que se le ponga, que se ha ido desarrollando al ritmo de interés y temáticas nuevas, que han servido para ampliar el horizonte conceptual y actualizar los procesos técnicos.

Es un realismo que conecta con el que surge tras el surrealismo y el hiperrealismo. En los años setenta del siglo pasado el realismo fotográfico, el hiperrealismo, el realismo mágico o fantástico, o la nueva figuración en su vertiente más social, formaban parte de la escena plástica del momento. En los años ochenta resurge la figuración tras un siglo de abstracción y el realismo retomaba la gran tradición con un modo de ver distinto y con la gran técnica que siempre le ha acompañado.

El realismo actual es un realismo que se desmarca del academicismo neoclásico, en el que los artistas hacían gala de gran oficio y una fuerte normalización, en cuya contra reaccionaron las vanguardias históricas. Es un realismo distinto tanto en sus medios como en sus fines, pues busca fórmulas que den nueva vida al proceso creativo y conecta con otras formas de entender la plástica. El realismo actual es el tratamiento artístico de la vida y las acciones cotidianas, de los objetos normales, cuya existencia suele pasar inadvertida. Es un realismo que dialoga con la imagen fotográfica, infográfica, cinematográfica y televisiva, que forman parte de nuestro paisaje cotidiano y condicionan nuestra percepción del mundo, lo que sin duda justifica su empleo.

Por otro lado, el realismo no es sólo técnica o mera representación objetiva de formas exteriores de la realidad. Tampoco su cualidad decorativa, empleada a menudo para descalificarlo, justifica su existencia. Esta cualidad decorativa está presente también en la obra abstracta y, sin embargo, no es la razón de su existencia. La pintura realista nos da la posibilidad de ir más allá de lo representado. En ella podemos distinguir varios niveles de lectura. En el nivel más superficial se aprecia la calidad de la representación, que es lo que cautiva en un primer momento. En este sentido, hay artistas que superan lo meramente fotográfico a base de pinceladas expresivas, sugerentes y de gran poder evocador, para mostrar así su original visión. En algunos casos se llega a lo clásico, que sigue perdurando a través del tiempo. En el caso de estas obras, se ve que la técnica se ha ido haciendo más detenida y no ha perdido la gran pasión por el dibujo que siempre la ha acompañado.

La base conceptual de este realismo nos la proporcionan pensadores como Hegel, para quien lo ideal impregna la realidad, las ideas y las razones lo penetran todo. Siglos antes Leonardo Da Vinci consideraba a la pintura como una poesía muda. Panofsky, por su parte, piensa que la obra artística es de por sí una forma simbólica, al margen de que en las obras puedan aparecer símbolos y otros objetos dotados de un valor poético y metafórico. No obstante, la presencia en la obra artística de esos símbolos no es condición suficiente, pues el realismo necesita, como cualquier otro estilo, de una justificación histórica.  

Un aspecto interesante es la obviedad de la imagen realista, en virtud de la cual el arte realista sería el arte que todos “entienden”, haciendo de estas obras “objetos comerciales”. Pero esto en realidad no es así, el arte está destinado a gente culta y ha sido tradicionalmente cosa de iniciados. En la medida en que una obra se aprehende a través de sus componentes formales y del conocimiento de la propia historia y de sus relaciones con la filosofía, la literatura y otras ramas del saber, es necesariamente un arte de minorías. Además, en la pintura realista actual debemos estar preparados para contemplar una imagen del mundo y de la realidad que en muchos casos no es amable ni está idealizada. Es una realidad en la que no existe lo pintoresco, eso que se considera digno de ser pintado. En último caso, es un arte de la realidad que nos enseña a mirarla.

Finalmente, los contenidos y temas de estas obras dependen de las preocupaciones e intereses de cada momento: el hombre, lo divino y lo humano, la belleza, la trascendencia, la religión, el tiempo, el bien y el mal, el arte, el amor, etc., que se van plasmando a través de los géneros tradicionales: figuras, paisajes, bodegones, retratos, o “caprichos”. Todo ello siguiendo una trayectoria zigzagueante, propia de quien se interroga y va encontrando respuestas diversas, aunque se esté profundamente persuadido de que “La Verdad” existe. La vida y el arte se conjugan aquí para dar lugar a una producción cuyo componente simbólico hace que cada obra no sea mera reproducción del mundo físico.

BODEGÓN
«Peras y naranjas», 2007, Ól-Lz, 73×60 cm.
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